miércoles, 13 de julio de 2011

Contra los elementos...


Mi padre me envía a recoger los resultados de unos análisis clínicos. Día 11 a las 18.00 horas. No se te olvide. Descuida papá. A las seis como un reloj. Buenas tardes, vengo a recoger estos resultados. ¿A esta hora? Imposible, no hay nadie de enfermería, contesta María. Disculpe, pero le han indicado este día y esta hora a mi padre. María llama por teléfono a María José que se extraña igual que María. Después de dos o tres llamadas, paso a consulta de enfermería de María José. María José está acompañada por X. ¡Qué raro que le hayan dicho a esta hora! Pero vamos a intentarlo. Tienen que estar los resultados en el ordenador. Yo no lo he hecho nunca, pero he visto cómo se hace. Es que, la que suele hacerlo, Charo, está tomando un café. María José lo intenta con calma, mucha calma, pero con ganas: el día antes que el mes, seguido del número de referencia, no, el mes antes que el día, seguido del número de referencia, el día con un 0 delante, porque no tiene dos cifras…X le da consignas porque es el mismo programa informático del hospital en el que trabaja, pero ni por esas. Necesitamos refuerzos, así que llaman a Charo, la del café, que les indica cómo llegar hasta los resultados, pero no aparecen. Pantalla en blanco. No te preocupes. Llamamos de nuevo a María y le pasamos la pelota. María, por favor, sube a primera planta con esta señora y busca en consulta 2 el informe de este paciente. Me encuentro con María en el pasillo, y muy amable, me indica que “ya sabía que le iba a tocar a ella”. Llegamos a consulta 4 y María enciende un ordenador, lento, lentísimo, y para mi sorpresa, vuelve a entrar en el mismo programa informático y realizar tentativas como las anteriores: el día antes que el mes, seguido del número de referencia, no, el mes antes que el día, seguido del número de referencia, el día con un 0 delante, porque no tiene dos cifras… Le comento que Charo ha dicho que el mes antes que el día seguido del número de referencia. De nuevo pantalla en blanco. Espera voy a intentarlo, a ver si lo estamos haciendo bien, con unos análisis de una vecina que tengo que sacar porque, ¿sabes?, está embarazada. ¡Voilà! Los de la vecina si aparecen. Deducción lo estamos haciendo bien y además son correctos los índices de hematíes y triglicéridos en la vecina. Mientras ella lee los resultados, consulto mi reloj. Treinta dos minutos en busca del análisis perdido. Pues nada, tendrás que pasarte mañana por la mañana, a ver si alguien puede dártelos. Disculpe, mañana mi padre tiene consulta en Cádiz y debe llevarse estos análisis. Bueno, vamos a buscar en estas carpetas. Y aparecen los resultados. ¡Ah!, no, son del 3 de mayo. ¿Y qué hacen aquí estos resultados? Estaban extraviados, los habían enviado a Paterna. Desconozco si mi padre ha estado alguna vez en su vida en Paterna. Me entrega esos, pero no son los que buscamos.

A esto, seis llamadas de teléfono a mis padres para intentar averiguar el nombre de su médico a ver qué podemos hacer, pero lograr que mi madre coja su móvil es parecido a eso del camello y el ojo de una aguja. Antes de marcharme, paso por la puerta de una consulta médica que está atendiendo en ese momento a pacientes. Recuerdo que en alguna ocasión he acompañado a mi padre al médico en esa consulta. Espero unos minutos y, entre paciente y paciente, me cuelo y pregunto a la doctora si mi padre es su paciente. No, tenía que ser no. Desisto y bajo las escaleras. Antes de marcharme, paso por el mostrador de María y le doy las gracias. Le explico lo del médico. ¡Ah!, el nombre del médico podemos dártelo ( a buenas horas, mangas verdes). Ahora el ordenador de María va muy lento. Vamos al mostrador de otra señora que introduce nombre y apellidos de mi padre. Aquí está, el doctor Z, y casualmente está en consulta esta tarde. Obviamente, ya deduzco quién tiene los análisis. Subo de nuevo a consulta. Diez minutos ante una puerta cerrada. Consulto el reloj, cincuenta minutos llevo ya entre esas paredes. Por fin, se abre la puerta. Buenas tardes, venía por los análisis de este señor. Pase, me extrañaba, había quedado con él a las seis. Estoy a punto de soltarle una fresca. Pongo mi mejor sonrisa y le explico en diez segundos los últimos cincuenta minutos. Se extraña. En usted entiendo que haya dado tantas vueltas, pero no lo entiendo del personal, la tenían que haber pasado a consulta. Respiro hondo. Venga, vamos a lo que vamos. Y ahí que de nuevo abre el sexto ordenador de la tarde, entra en el mismo programa de los seis anteriores, e introduce la misma clave. Ya le adelanto que no van a estar los resultados de mi padre. Me mira levantando la ceja izquierda. Pantalla en blanco. Efectivamente, señor doctor. Es lo mismo que llevamos haciendo desde hace casi una hora. Después de cinco minutos, por fin, por fin, aparecen los benditos resultados. Verá, no los encontraban porque no estaban a nombre de su padre sino del médico del hospital que los había solicitado. Mi último pensamiento no puedo escribirlo. ¡Vaya protocolo médico! En fin, después de imprimirlos dos veces, pues se cortaban los folios, consigo tener en mi mano los ansiados resultados. Antes de marcharme, me comenta muy amablemente, que de todos modos, no hacía falta que fuese por los resultados, que están colgados en un servidor central y el médico de Cádiz, podía haberlos consultado desde su ordenador. ¿Y esta información no la puede saber la primera señora del mostrador que me atendió hace ya una hora? De nuevo recompongo mi mejor sonrisa y le doy las gracias, por nada.

Ayer consulta en Cádiz. Lo primero que le hacen a mi padre es un análisis de sangre. ¿Por qué, papá? Si nosotros traemos los resultados que recogí ayer. Es que dice el médico que pueden variar en unos días los índices y que mejor hacer unas pruebas nuevas. Ni contesté. Preferí irme a desayunar.


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