martes, 28 de agosto de 2012

Oporto


      He pasado unos días en Portugal y el primer destino ha sido Oporto. Esta ciudad norteña a orillas del río Duero no puede dejarte indiferente. Sus edificios de piedra y azulejos algo desgastados  y cierto aire decadente pueden llamar la atención en un primer vistazo, pero si eres capaz de mirarla con otros ojos y perderte por sus calles, sus gentes y la vida de cara al río, te atrapará, sin ninguna duda. Es una ciudad bella en todos los sentidos,con pinceladas inglesas y mucha luz, gran ambiente, mucha vida  y el Duero muriendo y separando Oporto de su otra orilla donde se encuentran las grandes bodegas.
    Un placer de los dioses una copa de oporto cenando bacalao mientras contemplas las vistas que te ofrece la zona baixa en la ribera del río.
 
 
Vista diurna de Oporto
 
Vista nocturna de Oporto
 
 
 
 
 

lunes, 27 de agosto de 2012

Es una lata...


      Los que me seguís que ya tenéis ciertas experiencias a vuestras espaldas, que no edad ni años, seguro que no tenéis problemas para entonar esta letra: es una lata, el trabajar, todos los días te tienes que levantar, aparte de eso, gracias a Dios, la vida pasa felizmernte si hay amor... Pues en eso estamos, ya de vuelta al trabajo y pasito a pasito entrando en esa rutina, a veces beneficiosa, que te vuelve a encuadrar la vida y los esquemas, y entre ellos, teclear algo en este blog que he tenido casi olvidado todo el verano, unas veces porque la pereza me envuelve, otras, porque las musas también se marchan de vacaciones. En ocasiones, pienso que el tema elegido es una nimiedad y en otras tantas, soltaría cada perla por la boca, en este caso, por las teclas, que me arrepentiría al instante siguiente. Así que entre dudas, arena, viento, risas, vino, siestas, sol, atardeceres, sombras y música, ha pasado un verano más.
      Como no queda otra, seguiremos en esta dirección: pa'lante.
      Y que no falte el camino a seguir. Ni las fuerzas.



                                          Foto: Marta B.B
 

viernes, 3 de agosto de 2012

Los tacones del novio


     Se conocieron en aquella elegante zapatería parisina. Cuando sonó la campanilla de la puerta de entrada ella levantó los ojos con cierta lentitud. Él vestía traje de chaqueta oscuro, camisa blanca y corbata negra. Sabía a luto trasnochado y algo ridículo. Con maneras de caballero, solicitó a la dependienta unos zapatos de tacón alto de charol negro, número 43. Ella siguió probándose los tres o cuatro modelos esparcidos alrededor de sus pies. La dependienta trajo al caballero dos pares, uno de salón con un gran tacón afilado y otro que acababan de recibir con pulsera alrededor del tobillo.


     El caballero se sentó con elegancia en el butacón de terciopelo, cruzó sus piernas y se descalzó, dejando entrever su media delicada y sus uñas con una manicura perfecta de color rojo pasión. Ella pensó que le quedaba mejor el modelo de salón, le hacía más estilizado y era mucho más adecuado a la caída de su pantalón. Él eligió perfectamente y ella sonrío decidiendo que era el hombre más chic que había visto en su vida.

    Siete meses más tarde se casaron en la pequeña abadía de Des Chaussures. La madre de la novia opinó que los tacones del novio eran algo exagerados, unos centímetros algo más altos que los de la novia. Sin embargo, el padre de ella exclamó ¡ qu’est-ce qu’il surprend!, y finalizada la ceremonia se los requirió al novio allí mismo en el altar, desfilando con ellos puestos por la alfombra roja con su hija del brazo.

(basado en un hecho real)