domingo, 7 de abril de 2013

Espejos


Mi carnicero es un tipo con clase. No es mío, aunque escriba el posesivo, pero sigue siendo un tipo con   clase. Elegante en sus gestos, vestido de negro y con delantal de igual color, emana empaque. Es educado, correcto y tiene un producto excelente. Mientras este fin de semana lo veía cortar la magra carne con gestos monótonos me quedé pensando en la gente que hace bien su trabajo, que ofrece un buen servicio a los demás y que se cruzan a diario en nuestro camino. Y el hilo de mi pensamiento me llevó al relator de historias del que hemos podido disfrutar esta semana, Pepe Maestro, juglar moderno, a más señas gaditano y guasón , que hizo las delicias del público con su Cuento de la Q o las aventuras de la vaca Alfonsina. Era todo palabras y gestos, comunicación y darse por entero, porque realiza bien su trabajo. Y seguí hacia Javier, joven poeta, con numerosos premios literarios, que un día está dando una conferencia, o leyendo en el Instituto Cervantes, o haciendo malabarismos para sacar tiempo para escribir sus artículos o su última novela, y su trabajo me parece maravilloso porque no alimenta nuestras necesidades físicas sino las que envuelven el pensamiento y los sentimientos, poniendo toda su alma en cultivar la nuestra. Y he tenido la suerte de que se cruce en los días monótonos y me ofrezca un maravilloso y divertido proyecto que, si se consigue, nos permitirá hacer malabarismos literarios y nos amenazará con benditos quebraderos de cabeza elevados al cubo, no obstante confío en su quehacer porque él sabe hacer las cosas bien. Y de él salté a Dani, al que escucho desde mi silla impartir una clase de filosodía que resucitaría a un muerto, con un ímpetu y una motivación increíbles, y que me regala sus relatos para una primera lectura antes de que su proyecto de publicarlos se haga realidad y el hilo de la esctritura me llevó a  una persona a la que aprecio mucho y está luchando contra una enfermedad devastadora, con ánimo, con paciencia y con ganas. Él me ha enseñado, nos ha enseñado, lo que es entregarse por entero a los proyectos, con ilusión, responsabilidad   y valentía. En momentos ha sido duro e inflexible para que aprendamos también la importancia de un no en el instante adecuado…

Y sigo mirando las manos de mi carnicero, el elegante, que me pregunta si deseo algo más. “No, nada más, gracias” contesto pensando que solo deseo más gente anónima que sepa hacer bien su trabajo, que viva al doscientos por cien gracias a sus ilusiones y que sean un ejemplo aunque su desempeño consista en seccionar un trozo de ternera. Eso sí, con elegancia y empaque.