domingo, 3 de abril de 2011

Las manos de mi madre

Hoy he vuelto a ver las manos de mi madre. Las brujillas alocadas que habitan nuestra casa decidieron entretenerse en este día lluvioso cocinando un bizcocho casero de limón. Leyeron la receta, seleccionaron los ingredientes (casi milagroso que los tuviera en casa) y, después del almuerzo, nos pusimos manos a la obra: huevos por aquí, harina por allí, levadura con algo de yogur… y aquello iba tomando forma. Y entonces las vi, las manos de mi madre, hace ya muchos años, batiendo las claras hasta que estuvieran bien montadas, la dificultad de mezclar la harina con el resto de los ingredientes, el cuidado que ponía en ir untando el molde con mantequilla y harina, y cómo se iban llenando aquellas puntas de los dedos de la mezcla que iba creciendo a medida que añadía más ingredientes. El olor a las ralladuras de aquel limón, que yo entonces tardaba rallar con paciencia, me asaltó a la misma vez que hoy lo introducíamos entre descuidos y risas en nuestro bizcocho. Cuando finalizamos me encargué, como ella también hacía, de volcarlo en el molde y no me pude resistir: cuando mi madre hacía bizcocho, al finalizar, nos dejaba tomar con una cuchara algún resto que tomábamos con fruición, relamiéndonos y escuchando su voz avisándonos de que nos íbamos a poner enfermos. Hoy he metido el dedo, como entonces, para saborear esa mezcla con sabor a limón, antes de introducirlo en el horno a 170º, 30 minutos.

El mismo tiempo y a la misma temperatura que se ha encontrado mi corazón entre dulces recuerdos.

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