jueves, 8 de noviembre de 2012

Confesiones I


Me escribe Amaranta.
Amaranta es una mujer con nombre de realismo mágico, pero con una realidad difusa y  a la deriva. Pisa con fuerza por las calles de su vida gracias a un carácter fuerte que envuelve a su vez con una suavidad femenina e inteligente. Un buen cargo en una de las mejores empresas de la capital, casa en una zona residencial, un marido que la admira y entiende sus ausencias debido al  trabajo y dos hijos que son su centro motriz.
Amaranta me confiesa que hace dos meses  ha descubierto que su marido tiene una amante. De forma casual, sin intención. Eran las cinco de la tarde  de un sábado en el que Raúl jugaba al  fútbol con unos amigos. Dejó olvidado en casa su móvil. Sonó. Número desconocido.¿Dígame?Una voz con un marcado acento sudamericano la saluda amablemente  y la interroga sobre una llamada que se ha realizado esa misma mañana debido a un terminal que no funcionaba bien. Amaranta se extraña, su móvil no tiene problemas, el de Raúl, tampoco, cree. Pregunta extrañada por el número que se le ha facilitado a la compañía. No conoce ese número, sin embargo, la señorita  insiste en que ese número está contratado por el señor Raúl (…) y da los apellidos de su marido y otros datos personales. Extrañada, finaliza la llamada indicándole a la señorita de voz acaramelada que lo intente de nuevo más tarde.
No quiere cansarme con   más detalles. Cuando lo interroga,  él no conoce el número. Ella ya está inquieta, sospecha, pues ya había notado las primeras ráfagas de aire frío entre sus cuerpos. Como sabueso, a la primera oportunidad que se le cruza, logra descubrir que ese número de teléfono pertenece realmente a Raúl. Dos o tres hilos más, de los que tira, la van enredando en  lo que ya sabía desde la llamada de la voz acaramelada: en su hogar tres personas utilizaban el mismo pack telefónico y, dos de ellas, el mismo cuerpo masculino.
La pantalla de mi teléfono se ilumina. Reconozco el número, es Raúl. 

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