lunes, 8 de febrero de 2010

Cadenas

Hoy he vuelto a verte sentado en el último peldaño de la escalera, oliendo mi cuello antes de aquel viaje; abriendo la puerta de la calle casi creí que ibas a estar detrás de ella, a punto de abrazarme para decirme qué bien olía; conduciendo el coche he podido ver de nuevo tus ojos disimulando sobre mi escote y tu sonrisa enredada en el dobladillo de mi falda, que intentabas subir más con la mente que con las manos. Y de nuevo no me has dejado bajarme del coche, entre risas, a comprar tabaco porque mi vestido, según tú, era muy corto. Y delante del ordenador he esperado ver aparecer el mensaje que me indicaba que estabas conectado como entonces, aunque ni yo misma estaba conectada. Y el termómetro marcaba 35º, y era la piel de un color bronce tras la tarde de arena y sal, y me he pasado media tarde al sol, sentada en el escalón de la entrada de casa, con un refresco en la mano…

Pero es febrero y llueve.

Y en mi rutina invernal sólo ha habido un gesto intruso y cambiante. He vuelto a usar ese perfume que hacía tiempo no utilizaba. Una fragancia más fresca que la habitual. Y ha sido un día extraño, como si hubiese conseguido introducir miles de sensaciones en el hueco de las palmas de las manos. ¿Qué mecanismos se ponen en funcionamiento en la mente para desencadenar esa fila de recuerdos sólo por un olor superficial, que se queda a ras de piel y que, sin embargo, se introduce hasta las entrañas del cerebro como saeta?

Malditas cadenas; no las que traen los demás para atarte, sino las tuyas, aquellas que arrastras con gruesos grilletes y que hoy han chirriado más que nunca, por su lejanía, por la nostalgia, porque me niego a perder eso…

... pero es febrero y llueve.

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