lunes, 28 de diciembre de 2009

Candela


Candela se levanta todas las mañanas con una sonrisa de buenos días. Su primera mirada es para Clara, la pequeña muñeca que descansa de lunes a viernes en la repisa blanca de su habitación. Siempre hace el amago de cogerla para mecerla unos minutos en sus brazos, pero no tiene tiempo. Con los minutos corriendo como si fueran segundos, baja a desayunar, se viste y sale disparada para el colegio. Carga con una maleta casi más grande que ella, llena de libros y cuadernos de doce asignaturas diferentes. Le cuesta no olvidar algo en casa, se le hace un mundo organizar sus trabajos diarios entre tantas letras, palabras, órdenes, trabajos… siempre con prisa y poco tiempo. Su pequeña cabecita tiene que ir dejando espacio para todos los contenidos nuevos que intenta aprender, mientras va comprimiendo los que ya logró que le entraran la semana pasada tras treinta horas de clases. Después del colegio, dos días a la semana, corre veloz a clases en el Conservatorio de música. Le fascina ver a su profesora tocando el piano; ella aún está en el primer curso, y cuando llega a casa necesita ensayar todos los días media hora para que sus pequeños deditos se acostumbren a acariciar las teclas negras y blancas. Eso, los días que puede, pues también acude a clases de inglés para reforzar y una tarde a clases de pádel pues es beneficioso hacer algo de deporte. Cuando llega a casa ya ha oscurecido y tras la merienda-cena, realiza la tarea que le han indicado en el colegio y luego a estudiar. Papá y mamá todavía no han llegado del trabajo, y Bruna, la señora que la cuida desde que nació, le insta a terminar pronto para que pueda jugar un rato, pero siempre termina tarde.

Mamá llega muy cansada y no tiene muchas ganas de hablar. Le da un beso rápido, pregunta cómo le ha ido el día y tras una cena rápida se encierra en su despacho a terminar un informe que tiene que estar listo para mañana, sin falta. Papá llegó hace un rato y manda a Candela a leer a su habitación ,pues ya es hora de estar en la cama, mientras él se queda sentado descansando un rato delante del televisor tras una jornada agotadora.

Candela sube, se cepilla los dientes y se mete en su cama. Antes de apagar la luz, mira a su muñeca Clara tristemente. Le hubiese gustado mecerla en sus brazos y darle un beso, pero no ha tenido tiempo. Los segundos lentos de su infancia están sometidos al tiempo de los mayores. Candela apaga la luz y siente que hoy se parece un poco más a todos esos adultos que nunca tienen tiempo para nada. Enciende la luz. Se levanta y toma a su muñeca Clara entre sus brazos. Le sonríe y la acuesta con ella en su cama. Apaga la luz y de la mesilla toma la pequeña linterna rosa que le regaló el abuelo.

Ha decidido que, mientras pueda, quiere seguir siendo una niña. Con un susurro comienza a relatarle a Clara un cuento. El mismo cuento que a ella le gustaría escuchar de otros labios mientras se duerme.

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