domingo, 2 de agosto de 2009

Rojo sobre blanco

Mario se incorporó de un salto en el mismo instante en el que sonó el timbre del despertador. Un tanto desorientado, se dirigió medio sonámbulo hasta el baño. Se paró en seco ante el espejo y con la mirada perdida dedicó unos segundos a observarse mientras apoyaba sus manos en el lavabo. Lo que vio no fue de su agrado, así que tomó el cepillo de dientes y la pasta para el lavado matinal de su boca. Con el tubo en la mano, apretó con fuerza la boquilla y la pasta blanca brotó con fuerza, volando y desapareciendo. Embobado miró el lavabo, el grifo y el espejo, buscando los restos del dentífrico. Había desaparecido. Un pensamiento lo atravesó como un rayo. Como Paola. Había desaparecido como lo había hecho ella de su vida, de un salto, dejando las sábanas blancas de su cama tan vacías como el cepillo que todavía aguantaba entre sus dedos esperando su ración de pasta de dientes. Ella había saltado de su vida al igual que ese trozo de pasta que buscaba ahora con el mismo sentimiento de estupidez que lo había embargado la tarde que llegó a casa y comprobó que ella se había marchado. Tenía que haber sospechado antes que todos esos comentarios de Paola sobre aquel nuevo compañero de trabajo se habían hecho cada vez más asiduos, haber preguntado por las llamadas que recibía en el móvil, por aquellos mensajes que durante la madrugada avisaban con su melodía característica de entrada y que siempre, argumentaba Paola, pertenecían a alguien que se había equivocado. Su seguridad en su relación, la rutina , los años en común, el cansancio del trabajo diario se habían asentado en su vida. Amanecía y anochecía con el mismo aire. Sin embargo, tenía la idea de que todo marchaba sobre ruedas, todo iba bien. Aunque las miradas de reojo habían desaparecido, la mano apoyada en su pierna viendo una película en el sofá se había resbalado, los abrazos de buenos días habían disminuido y los te quieros dejaron de pronunciarse, todo iba bien para Mario que envuelto en el quehacer diario caminaba por la vida seguro. Hasta aquella tarde en la que el silencio de la casa le anunció lo que su cerebro negaba en los últimos meses.

Y allí estaba esa mañana ante el espejo, con el cepillo de dientes en una mano y el tubo de la pasta en la otra, buscando una porción de dentífrico perdido. Busacaba como había buscado a Paola entre todos los recuerdos comunes, entre sus vivencias, entre las pocas pertenencias que había abandonado antes de marcharse, intentando desesperadamente comprender ese abandono. De repente, vio la maldita porción blanca que había saltado pegándose a un azulejo del baño. Miró esa pequeña forma de babosa blanca que a traición le había hecho recordar a Paola. Y la eliminó. Como quería haber eliminado a Paola aquella tarde, de un manotazo. Limpió la baldosa y se enjuagó las manos. Cogió el cepillo verde de ella, que todavía descansaba en el vaso de cristal, y lo tiró a la papelera. El mismo camino siguió el tubo de pasta dentífrica de color blanco. Se sintió mucho mejor. Volvió al dormitorio y ,aunque se le estaba haciendo tarde, tiró de las sábanas blancas. Maldito color. Las tiró y vistió la gran cama, enorme desde que el espacio de ella estaba desocupado, con unas sábanas blancas y rojas de rayas. Terminó de vestirse y salió dando un portazo.

Ya en el ascensor, apretó el botón del bajo y apuntó mentalmente que esa tarde a la salida del trabajo tendría que pasar por el supermercado para comprar un tubo nuevo de pasta, de color, cualquier color y sabor, rojo fresa , verde mentol o azul frescor de los polos. Abrió la puerta del portal y salió a la calle. La señal de stop de la esquina y sus colores le hicieron sonreír, el camión de Coca-Cola que se paró para cederle el paso le ensanchó la sonrisa. En un impulso sacó el alfiler de su corbata y se pinchó la yema del dedo índice. En un segundo brotó una gota de sangre roja. Dirigió el dedo hacia su camisa blanca e impoluta y marcó de rojo ese lienzo inmaculado y aburrido.Soltó una carcajada. Compraría un tubo de Signal, de pasta de rayas rojas y blancas, como sus sábanas, como su camisa, como su nueva vida.

2 comentarios:

Francisco Belaustegui dijo...

Bueno, de tu entrada saco dos conclusiones...
La primera es lo magnificamente bien que escribes...
La sengunda es que Mario ha tenido que pasar del Madrid a ser del Bilbao o del At. de Madrid! :)
Un abrazo.

Arbatán dijo...

Ja, ja, ja, ¡Por Dios, del Bilbao, siempre del Bilbao!!No había caído yo en los colores de los leones, oye, será que lo lleva una en la sangre y brota cuando una menos lo espera!!!