martes, 13 de diciembre de 2011

No me gustan

Hoy, por casualidad, me he topado con este artículo extraviado entre los miles de archivos del ordenador. Y sigue tan vigente...
No me gustan las manos blancas y húmedas, las pastelerías con luz de neón, los que usan bastón sin estar cojos, los granos de arroz dentro del salero, el helado servido en una copa de metal, los coches con alerones, los pantalones blancos transparentes, los gritos del megáfono en las tómbolas donde se rifan muñecos de peluche, los que soplan en la cuchara de la sopa, las cunetas llenas de papeles y botellas, las vitrinas polvorientas de los bares de carretera que exhiben productos típicos de la región, los tipos que te hablan muy cerca de la cara echándote un aliento fétido, los que salen del restaurante con un palillo en la boca y al pasar junto a tu mesa te dicen; que aproveche, el olor a margarina asada de las cafeterías, el gracioso que cuenta chistes los viernes en las cenas de matrimonios. El infierno también se compone de minúsculas cosas que a uno no le gustan: los músicos callejeros que utilizan grandes bafles para pedir limosna tocando un bolero, los intelectuales sesentones que todavía usan pantalones vaqueros muy ceñidos, los besos en las mejillas demasiado húmedos, los huesos de aceituna sobre el mantel, chuparse la yema del dedo para pasar la hoja del periódico, los que riñen con el camarero, las cubiertas de los libros con títulos dorados en relieve, los calcetines blancos en invierno, el chándal para dar vueltas a la manzana, los domingos, los nombres que salen en negrita en cualquier artículo. El infierno de cada día también es eso. Manuel Vicent. El País (12-VI- 94)

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