sábado, 18 de julio de 2009

Una carta de amor

Una de las experiencias para el fomento de la expresión escrita que llevé a cabo este curso pasado con mis alumnos de 1º de bachillerato ha sido una actividad muy reveladora. Les propuse escribir una carta de amor a algo o a alguien, siguiendo con las directrices marcadas en el certamen de cartas de amor de Antonio Villalba.El destinatario podía ser tu madre, tu padre, tu tío, un caracol, la puesta de sol, los amigos, la vida...y , sobre todo, nada de cursilerías ni tópicos. Se puede hablar de amor sin aburrir al personal con expresiones hechas y almibaradas.
Como siempre, las primeras protestas, ¿cómo vamos a escribir de amor?, ¿ a quién o qué?, ¡Yo no sé hacer eso!!... nada, no hay negociación, a escribir todo el mundo. y se fueron animando.Les leí algunos ejemplos del certamen que he citado anteriormente( os lo recomiendo, hay cartas verdaderamente originales)y comenzaron a redactar durante una semana.
Cuando las tuve todas en mi poder las leí en clase y, para mi sorpresa, algunas eran realmente buenas.Hubo una en especial que me llamó la atención, por su punto de vista distinto y porque habla de una profesora y su alumno.Sin dudarlo, la presentamos al certamen de relatos cortos de Sor Aguilar de nuestra ciudad, y no andaba yo equivocada: SEGUNDO premio del certamen.
La firmaba Marta Pangusión, una alumna que tiene mucho que decir como futura escritora.
Como te prometí, Marta, aquí está tu carta. Enhorabuena!

Querida señorita Lucía:

Sé que esta carta nunca le llegará porque la romperé en pedacitos en cuanto la termine. Sé que me habrá cogido una manía impresionante por todas las veces que hago gamberradas en su clase y que estará harta de todas las clases de apoyo que me da en los patios, pero todo esto tiene una razón: la quiero. Adoro los momentos en los que nos quedamos a solas para explicarme las ecuaciones. Si le escondo el borrador y pinto la pizarra, nos quedamos un patio, a la segunda, dos más y así sucesivamente. En clase me quedo con los vagos que no hacen más que criticarte, siempre se va con los tontos de las primeras filas, y así clase tras clase, se me hace insoportable. Noto que le voy echando en falta y tiro otra tiza a Lucas, y él me devuelve otra a traición. Empiezo a insultarle mientras me saca de clase y pienso para mis adentros "¡Bien! ¡Por fin a solas!". Sólo cuando estamos usted y yo se acerca más para hablarme y sus ojos verdes me llevan a un mundo del que me despierta cuando me zarandea y se va poniendo más histérica.

El martes pasado me quedé con usted otra vez porque le tiré una bola de papel a la cabeza en la clase de Matemáticas. Pero esto también tiene una explicación razonable: me estaba quedando demasiado embobado. La clase anterior había faltado el profesor de Francés y se había quedado repasando conceptos que los tontos y los vagos de mi clase no entendían, o no les daba la gana entenderlos. Lo siento, pero no estoy preparado para estar tanto tiempo con usted en clase, porque aquí es cuando disfruta de verdad; lo noto, le gusta enseñar. Va de un lado a otro de la pizarra, haciendo que los temas difíciles sean fáciles cuando los explica, resolviendo las dudas que tienen los alumnos mientras yo me quedo en la última fila con los vagos de turno. Mereció la pena tirarle la bola de papel, si llego a saber que me castiga sólo un patio, le hubiera tirado dos o tres.

Un día salí tarde del instituto porque la psicóloga me dio otra de sus charlas inútiles y me quedé petrificado. Estaba abriendo la puerta de su coche cuando se le cayeron todos los cuadernos y libros que normalmente lleva. Bajé corriendo los tres o cuatro escalones de la entrada y me tropecé. Se asustó al oír el golpe que dieron mis cosas al caer y se volvió hacia mí. Allí estaba yo, tirado en el suelo y más rojo que un tomate. ¡Qué vergüenza!
"¿Estás bien?". Lo peor no fue que se acercara tanto, si no que para colmo me cogió la mano para levantarme. ¡Mala mujer! ¿Acaso quiere que me dé un ataque al corazón? Me tuve que pellizcar la pierna para salir del trance y otra vez me la estoy pellizcando al recordarlo todo. "Sí, pesada". Me levanté de un salto seguido de un tobillo débil y me fui de allí cojeando mientras iba detrás de mí. "¿Seguro que estás bien?" e intentaba acelerar el paso aguantando el dolor, "Que sí, joder."

El jueves le cogí un paquete de cigarrillos cuando no miraba y empecé a tirarlos y a hacer como si los fumase. Usted corría detrás de mí, intentándome alcanzar sorteando las mesas, cuando yo directamente saltaba por encima de los tontos que chillaban como locos. ¿Cómo quiere que permita eso? Fumar es muy malo para la salud, como para no saberlo. Se los quito siempre que puedo, porque aunque sean muy caros siguen dañando sus pulmones y no quiero que se vaya del instituto por nada del mundo. Lo hago por su bien y esta vez me recompensa llevándome al despacho del director, como dirían los tontos: ¡Ya te vale, tía!

Me acuerdo cuando conseguí una bomba fétida y la tiré descaradamente para que me pillase. Los vagos se reían de mí y me decían "¡Torpe!" y los tontos miraban a otro lado susurrando "Por favor, ¿cuándo madurará?". Pero lo que queda claro es que salí ganando, porque esa tarde me quedé con usted explicándome un par de ejercicios de matemáticas, y los vagos y tontos se fueron a sus casas a perder el tiempo. ¡Qué idiotas son! Ya me he ganado quedarme castigado casi todos los recreos por ponerme a cantar en clase encima de su mesa, y pienso ganarme todas las tardes que pueda porque en la siguiente clase descolgaré la pizarra y la sacaré al pasillo. ¡Cómo la echo de menos! Algún día le confesaré mi amor, mientras tanto le quitaré otro patio tirándole los trocitos de esta carta en la cabeza.

Con mucho amor y cariño:
Iván

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