lunes, 18 de febrero de 2013

Literatura literaria


 
Siempre me han gustado los libros. Las hojas, mejor cuanto más rugosas, el negro sobre el blanco, la pelea de letras encorsetadas en una página, el olor a nuevo, la impaciencia antes de comenzarlo, el avance lento por cada página, el adelantarme algunas para conocer más y el reposo final en una estantería.

A todas las sensaciones anteriores tengo que sumar la de los títulos. Estos son la avanzadilla; un título acertado es la red en la que caemos para elegir un libro, el primer elixir que embriaga, la primera miel que endulza la lectura. Un título perfecto es ya la historia, la cierra y la mejora.

Cuánto dicen títulos como Pídeme lo que quieras, Misión olvido o El tango de la guardia vieja. Con el nombre propio de los libros publicados en los dos últimos años se puede hasta escribir una historia:

El cielo a medio hacer cubría Una tienda en París. Frente a su escaparate, me encontraba a la Intemperie, abstraído, pensando en La vida imaginaria. Llegaste tarde y me llamaste la atención por haber faltado a Las cenas de los martes, y tras escuchar tu interminable perorata de quince minutos fui consciente de Las ventajas de ser marginado. Prefería mil veces vagar solo, acompañado de El susurro de la caracola e imaginarme Los ojos amarillos de los cocodrilos que tener que sufrir la compañía de tus insoportables vecinos. Me perdonaste con esa mirada tuya que da calor a El invierno del mundo, no sin antes amonestarme con un < Que sea la última vez>. Te invité a tomar algo en La casa del viento, y como El amor huele a café me oí susurrarte Si tú me dices ven, lo dejo todo, pero dime ven. Nunca se me han dado demasiado bien Los enamoramientos y con La falsa sonrisa que te caracteriza me respondiste <Me encontrarás en el fin del mundo>. Y así me quedé, con tu último recuerdo En un rincón del alma.
 
 

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