jueves, 3 de junio de 2010

Cierto día

Cierto día decidí vaciarme. Vaciarme para poder llenarme ordenadamente, como esos anuncios de televisión de las tres de la mañana en el que un señor nos enseña una y otra vez un armario desordenado repleto de prendas de colores, aquí una manga morada, allí un cuello de camisa azul, por allá un pañuelo de flores desgastadas, por acá asoma lo que parece un jersey de lana marrón…No importa, tenemos la solución, se vacía el armario, y doblamos las prendas ordenadamente en bolsas de plástico a las que se les extrae el aire del interior, ocupando poco espacio y de este modo tenemos la posibilidad de introducir más prendas en este armario que queda ordenado por colores y con el doble de espacio en su interior.

Así decidí vaciarme. Sacar todo. Desde el fondo. Que no quedase nada dentro. Una vez fuera, sólo era cuestión de ir ordenando, casi haciendo jerarquías. Los defectos a una bolsa transparente grande, ya que son muchos, y al estante de la izquierda, la siniestra, es el lado que menos sigue la mirada; las virtudes, que no son muchas, las pondremos en esta bolsa, pequeña, y la colocaremos en el estante de en medio, porque ahí es donde dicen que debe estar la virtud; los deseos los pondré en esta bolsa de flores de colores, arriba, a la altura de los ojos, que no los pierda de vista, así no podré olvidarlos; los miedos en esa bolsa minúscula, la oscura, irá al cajón inferior, ese que está desvencijado por los años y me cuesta abrir, así no los veré durante mucho tiempo…

Y así comencé a extraer todo mi interior, a derramarme por el suelo de la habitación, a fragmentarme en pedazos que ocupaban, paradójicamente, espacios irregulares en mi mundo exterior. El deseo de correr aventuras me pareció más grande de lo normal, el miedo a la enfermedad y a la pérdida, un gigante amenazador, el esfuerzo y la constancia no me parecieron tan enormes, la añoranza ocupaba media cama vacía, el odio negro me resultó más claro, la verdad clara, más gris, los ratos de alegría que me había dado la vida los tendría que recoger y reunirlos todos en una caja dorada que depositaría en un lugar agradable y perfumado, los ratos de tristeza, afortunadamente no eran muchos, pero sí pesados, no podrían ir a ningún estante principal, tendrían que ir al altillo, la envidia, que pensé minúscula, ocupaba más espacio del deseado, afortunadamente también la generosidad, aunque extrañamente estaba muy cerca del egoísmo… y pasé días mirando hacia todos los rincones de mi habitación buscando defectos, virtudes, deseos, anhelos, miedos, fracasos, y meditando, ahora que yo estaba vacía, que no me quedaba ni el aire, que mi interior era la nada, cómo ordenar todo mi caos interior, para llenarme de nuevo.

Tras más tiempo del que pensaba fui introduciendo todo en bolsas transparentes, de rayas, de flores, de cuadros, algunas oscuras, otras brillantes y les extraje el aire. Así quedaron los defectos apretados y parecían menos, las virtudes aplastadas y también parecían menos, ocupando más espacio la humildad, a la bolsa de los deseos me costó sacarle el aire, pero lo conseguí, y quedaron menguados, reducidos, aplastados, así era más fácil que los latidos del corazón marcaran un ritmo más monótono, los miedos no dejaban cerrar la cremallera y me obligaron a utilizar dos bolsas: una la rotulé con el nombre de “ los miedos conscientes” y la otra con “ los miedos inconscientes”, estos últimos son los peores y los que pueden aflorar cuando menos lo esperas y desordenar el estante superior.

Y lo conseguí. Cada bolsa ocupó su estante y su cajón. Orden completo. Tranquilidad interior. Equilibrio. Bienestar.

Aunque nunca he sido ordenada, lo conseguí durante mucho tiempo.

Hasta que llegaron tus ojos. Y lo supe. Y el saberlo no me preocupaba, pues me enseñaron que el saber no ocupa lugar, pero, ¿el amor? ¿No era eso que decían que lo ocupaba todo? Y ahora, ¿dónde lo metía? ¿En qué estante? ¿En cuál cajón? No tenía bolsa para él, ni espacio, ni lugar.
Y sin darme apenas cuenta, apretando los deseos, escondiendo de la vista los miedos, aplastando los fracasos, y toqueteando por aquí y por allá, cupieron, tus ojos cupieron en ese armario en el que todo volvió a quedar patas arriba, más desordenado que nunca.

Para Gonzalo.
Que pases muchos días más… en ese armario tan desordenado.

2 comentarios:

El Gran Capi dijo...

Ahí estaré, mientras tu quieras. Hoy un beso muy especial.

Anónimo dijo...

quien es gonzalo mami ? así se hace