Me escribe Amaranta.
Amaranta es una mujer con nombre
de realismo mágico, pero con una realidad difusa y a la deriva. Pisa con fuerza por las calles
de su vida gracias a un carácter fuerte que envuelve a su vez con una suavidad
femenina e inteligente. Un buen cargo en una de las mejores empresas de la
capital, casa en una zona residencial, un marido que la admira y entiende sus
ausencias debido al trabajo y dos hijos
que son su centro motriz.
Amaranta me confiesa que hace dos
meses ha descubierto que su marido tiene
una amante. De forma casual, sin intención. Eran las cinco de la tarde de un sábado en el que Raúl jugaba al fútbol con unos amigos. Dejó olvidado en casa
su móvil. Sonó. Número desconocido.¿Dígame?Una voz con un marcado acento sudamericano la saluda amablemente y la interroga sobre una llamada que se ha
realizado esa misma mañana debido a un terminal que no funcionaba bien.
Amaranta se extraña, su móvil no tiene problemas, el de Raúl, tampoco, cree.
Pregunta extrañada por el número que se le ha facilitado a la compañía. No
conoce ese número, sin embargo, la señorita
insiste en que ese número está contratado por el señor Raúl (…) y da los
apellidos de su marido y otros datos personales. Extrañada, finaliza la llamada
indicándole a la señorita de voz acaramelada que lo intente de nuevo más tarde.
No quiere cansarme con más
detalles. Cuando lo interroga, él no
conoce el número. Ella ya está inquieta, sospecha, pues ya había notado las
primeras ráfagas de aire frío entre sus cuerpos. Como sabueso, a la primera
oportunidad que se le cruza, logra descubrir que ese número de teléfono
pertenece realmente a Raúl. Dos o tres hilos más, de los que tira, la van
enredando en lo que ya sabía desde la
llamada de la voz acaramelada: en su hogar tres personas utilizaban el mismo pack telefónico y, dos de ellas, el
mismo cuerpo masculino.
La pantalla de mi teléfono se ilumina. Reconozco el número, es Raúl.
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