Eran veinte meses los que contaba
mi hija cuando la acompañé de mi mano por primera vez al colegio. La jornada
era larga, ocho horas, y como es natural, se llevó semanas llorando hasta que se
hizo a la costumbre. Más de una vez he tenido que esconderme por los pasillos,
cual sombra, para que no me viese, pues
si sucedía, volvía a comenzar la llantina.
De este modo han ido consumiendo
su tiempo los cursos, los años, y en
alguna que otra ocasión me he preguntado si el hecho de convivir las dos en el
mismo colegio y ejercer yo de profesora en él, la perjudica más que la beneficia.
Ella es consciente de que le exijo el máximo de respeto por todos, que no llegue
a mis oídos una queja, si los demás dan
el cien, ella tiene que dar el ciento veinte y, a veces, antes de que ella
acuda a contármelo, ya me ha llegado una noticia sobre alguna anécdota del día. Gracias a Dios, es
una persona y alumna buena, que no da problemas, cariñosa con todos y no soy
ajena a que algo se callarán mis compañeros para hacerle el día a día más
parecido al de otros alumnos.
Este curso los cristales de su
aula coinciden frente a los de la mía cuando imparto en bachillerato. Son grandes ventanales que
permiten observar perfectamente. En más de una ocasión me he encontrado echándole
una visual y observando su espalda, su cabeza doblada cuando escribe, riéndose
por alguna broma del profesor o concentrada en su trabajo. Y he pensado en el
privilegio, en lo que darían otros padres por poder mirar detenidamente a sus
hijos dentro de este espacio desconocido, cómo se comportan, cómo viven, cómo
respiran ( más de uno se llevaría una sorpresa con su angelito) , en fin, cómo
se mueven en ese mundo que tan lejos
queda para los que no son docentes.
Ayer, un compañero me paró por
los pasillos para darme una grata noticia. En su último examen mi hija había obtenido una calificación muy
buena, superando a todos sus compañeros de nivel. La he visto estudiar
muchísimo para esa prueba y hasta he caminado con ella para hacer algo de
ejercicio y se ha llevado los apuntes para ir repasando y repitiendo los
contenidos mientras tanto. Por supuesto, no le comenté nada a ella y la
casualidad ha querido que hoy este compañero haya entregado los exámenes para
que los alumnos los revisaran mientras yo me encontraba en el aula de enfrente.
Y he podido ver sus nervios mientras esperaba que le diesen el suyo, cómo movía
la cabeza y preguntaba a unos y otros qué tal y , sobre todo, el momento en el
que el profesor le ha tendido el examen y le ha dicho algunas palabras, imagino
que felicitándola. ¡Vaya privilegio! Poder ver su reacción nerviosa, su júbilo
en ese instante, y, de repente, se ha vuelto como si notase que mis ojos de
voyeur castos estaban clavados en su espalda y me ha
buscado. Ha sonreído y me ha levantado el pulgar a modo de clave.
Qué verdad es que la vida es una
sucesión de instantes. Y algunos merecen la pena vivirlos intensamente y
grabarlos en la memoria…, o en un blog.
3 comentarios:
Desde luego es un privilegio poder ver como se comportan nuestros hijos en clase, tú tienes la suerte de poder hacerlo.
Como siempre tus reflexiones sobre tus seres queridos me tocan el alma, Gracias. Ana
Tienes mucha suerte de tener una hija como Julia y poder ver su día a día tan cerca , me alegro mucho por ti
Que bonito , me has hecho llorar :)
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