No solo te perdí a ti.
Perdí los olores conocidos y los sabores monótonos.
Perdí los recuerdos comunes y los recuerdos infantiles
susurrados.
Perdí tu visión de mí y con ello parte de lo que fui.
Perdí la misma música callada y el mismo compás descompasado.
Perdí las tardes de siesta y la onza de chocolate en el
sofá.
Perdí los proyectos futuros y las ilusiones ilusas.
Perdí la complicidad
y la mano segura que asía.
Perdí la minúscula mancha de óxido en el filo de la bañera y
el goteo del grifo que nunca arreglé.
Perdí el hombro que cargaba y la curva de tu cuello en la
suavidad de la noche.
Perdí las mismas sonrisas ante situaciones ridículas y las
caricias lánguidas.
Perdí el ayer y parte del hoy. Porque mi hoy hubiese sido
distinto proyectado en tu espejo.
Perdí lo que fui reflejado en tu mirada, el reflejo que me
completaba como ser.
Perdí el aire de alrededor y las ganas de respirar.
Perdí.
Y no solo te perdí a ti.
Porque yo era yo, más
el yo que era contigo.
Llegados a este punto descubro…,
que también me perdí a mí.
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