sábado, 28 de enero de 2012

Sentencia:suspenso


Que yo no digo que el jurado no esté bien elegido, que la sentencia sea la correcta o no, pero esta chapuza solo se puede dar en un país chapucero, léase, el nuestro. En la foto, parte de la sentencia escrita por el jurado popular que ha juzgado el manoseado tema de los trajes de Camps. De principio, la presentación, en la era digital, deja mucho que desear. Si a eso le unimos, la falta de concordordancia en las frases y las faltas de ortografía cometidas * a deliberado, *halla pagado, *faborable..., pues qué queréis que os diga, no solo hace daño a la vista, también a la confianza.

lunes, 23 de enero de 2012

Casi nada. O todo.

Mi gran amigo  y compañero de horas laborales, que,gracias a él, se vuelven menos tediosas, me envía este artículo publicado este fin de semana en el Magazine que se adjunta al Diario de Cádiz. Su autora es Ángeles Caso. Es un texto bello, por sus deseos, por su estructura, por su sencillez aplastante. Merece la pena su lectura, y su reflexión.
Siguiendo a García Maíquez, las palabras más mías siempre las han escrito otros...

Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.

 
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.


Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.


Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.


También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.



domingo, 22 de enero de 2012

El paraíso




                                                                                                ¿Quién dijo que el paraíso no existe?
                                                             
                                                                                          Bahía de Cádiz desde El Puerto, enero 2012.




martes, 17 de enero de 2012

¡Va toro!

Si tuviera que elegir entre todos los momentos vividos durante el año que ha terminado, sin duda, uno de ellos sería una experiencia de una belleza aterradora.

Nos invitaron, a Arbaro y a mí, a un reconocimiento de una corrida que se iba a celebrar en agosto. Ganadería de Fermín Bohórquez. Nunca había asistido y si llego a tener solo una remota idea de qué era aquello, otro gallo hubiera cantado.

Allí que nos presentamos en la plaza de toros a la hora acordada y tras esperar unos minutos, la presidenta de la plaza, junto al presidente, el mayoral de la ganadería, el veterinario y un par de personas más, nos invitan a pasar a un chiquero de unos cuarenta metros cuadrados y nos ubican en un pequeño pasillo, nuestra espalda pegada a la pared y delante de nuestro cuerpo, a unos veinte centímetros, un burladero chapado. En este instante ya comencé a preguntarme qué demonios hacía yo allí, pero vista la tranquilidad del personal asistente, me concentré en hacer bien mi tarea que consistía en valorar a los animales cuando los tuviera delante. ¡Y vaya si los tuve!

Cuando la presidenta dio la orden para que bajase el primero de la corrida, y escuché el grito de “ ¡va toro!” quise volatizarme en ese mismo instante.¡Dios mío! Un bicharraco de 560 kilos que no tuvo otra mejor presentación que venir a derrotar (pegar una cornada) en la chapa tras la que yo me encontraba. No os podéis imaginar lo grande que se ve y se siente un toro a cincuenta centímetros de distancia. Cada ojo era como un puño de los míos (he de reconocer que eran magníficos), con unas pestañas enormes y el pelo, terciopelo azabache. Los segundos se hacen horas. El animal, quieto, parado, inmenso en su elegancia, mirando directamente y yo sintiéndome pequeñísima e indefensa ante una cornamenta a medio metro de distancia. Así fueron pasando todos, el segundo de 550 kilos, el tercero de 575, el cuarto de 580, ¿no hay toros más pequeños, por favor?

A estas alturas, el presidente de la plaza nos señala una zona del burladero cuya chapa está dañada porque en el reconocimiento de la semana anterior un toro había introducido un asta por un hueco hasta casi ensartar a uno de los que asistían al reconocimiento. ¿Y ahora me dice esto? Si lo llega a decir cinco minutos antes de entrar, ¡ni de broma! ¡Y ya no me dejan salir! Entendí perfectamente a los claustrofóbicos.

Y ahí que llega el quinto con 580 kilos, un cabezón tremendo y yo solo sé decir “ visto” para que se marche pronto y entre ya el último, ¡ con sus 590 kilos! Ya queda poco, y “mira qué trasera” y “ qué cornamenta” y “ este es abrochao” y “ es largo” …, y yo que no veía nada de eso, solo me fijaba en esos ojazos, carbones fijos que me miraban y tenían la querencia de venirse delante de mi cara. ¡Uf! Ya hemos terminado, puedo respirar. La respiración se me cortó a los diez segundos. “Va toro”, ¿otro? Los sobreros, se me habían olvidado los sobreros…, uno de 605 y el otro de 615 kilos respectivamente. Y yo solo podía decir “visto”, “visto”… ,¡y bien que los vi!

La experiencia duró unos cuarenta minutos, sin embargo, dos horas más tarde todavía seguía temblando. Me reafirmó en mi idea de que es uno de los animales más bellos del mundo, sobre todo, en libertad. También me reafirmé en la idea de que ¡quién me manda a mí  meterme en estos berenjenales! No aprendo.

domingo, 15 de enero de 2012

El Retiro

       Hoy he visto en El Retiro los primeros cogollos de hojas tiernas, recién brotados en las ramas de los  castaños, que tienen todavía una abstracta desnudez invernal...
                                                        Antonio Muñoz Molina. La huerta del Edén.



                                                    Siempre es un lujo una escapada a Madrid.
                                                                                  28 de diciembre de 2011

jueves, 12 de enero de 2012

El ojo de la aguja


Una manera dulce de pasar por el " ojo de la aguja"...


Al amor llegué con un grito de seda
y puse las dos mejillas,
el cuerpo y la conciencia.

Nada quedó de mí,
ni siquiera una carta,
ni siquiera un espejo en donde reconocerme.

Mas aprendí a pasar
por el ojo de la aguja,
es decir a perdonar sinceramente.
A dejar la piel en el alambre,
a dolerme desde los pies
a la cabeza.
 
Lo perdí todo.
Y cuando entendí que no sabía defenderme de la gente,
respondí con una bofetada de ternura,
porque yo sé
que sólo los dulces heredarán la tierra.


Mía Gallegos

domingo, 8 de enero de 2012

Ilusión...




Después de casi un mes, intento retomar este mi espacio publicando la primera entrada de este año 2012. Mañana vuelta al lugar de trabajo, no al trabajo, que ya lo he retomado en estos últimos días. Han sido unas fiestas algo extrañas, bastante descolocadas, precipitadas y desubicadas. Pero tienes que seguir el ritmo que te marca el calendario aunque estés deseando que sea quince de mayo o tres de septiembre Y por primera vez en mi vida he comprendido a aquellas personas a las que no le gustan las Navidades, la sensación de estar fuera de todo el teatro que se monta alrededor de estas fechas, casi como una espectadora cansada de la parafernalia, las luces y el espíritu navideño. Una pequeña escapada a Madrid me ha permitido salir a la superficie a tomar aire antes de zambullirme de nuevo.


Y me molesta, porque siempre ha sido una de las épocas del año que más me gustan, porque me he convertido en niña cada final de diciembre para celebrar con la familia reunida estos días, porque mi hija nació casi con el año nuevo, porque los amigos de verdad se entretienen en hacerte más feliz con sus llamadas, porque me encanta perderme para ayudar a los Reyes en su cansado trabajo de buscar los mejores regalos para los más queridos, y porque la noche en la que llegan sigue siendo la noche de la ilusión aunque sea porque la veo a través de una niña de trece años que sigue dando saltos cada vez que abre un regalo.

No quiero perder esa ilusión, no quiero ser una adulta que arranca las hojas del calendario sin esperar una nueva sorpresa en la siguiente esquina. Así que mi deseo para este año, además de mucha salud para todos los míos, que falta nos hace, es el de encontrar mi vieja mirada llena de ilusión. Con eso me conformo.