Hacer llegar mensajes morales o filosóficos a través de los cuentos o relatos breves es una tradición literaria antigua. Algunos son leídos sin más, cayendo en saco roto. Otros, según el lector, las vivencias y el tiempo, consiguen tocarnos de una manera especial. Su lectura puede satisfacernos más o menos, mas no cabe duda de que son un pozo de sabiduría envuelto en palabras.
Como el que os presento hoy…
Cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte. Aristócratas y adinerados señores habían llegado de todas partes para ofrecer sus maravillosos regalos. Joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los obsequios para conquistar a tan especial criatura. Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no tenía más riquezas que amor y perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar, dijo:
-"Princesa, te he amado toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor... Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas...Esa es mi dote..."
La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar:
-"Tendrás tu oportunidad: si pasas la prueba, me desposarás".
Así pasaron las horas y los días. El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer un momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos.
Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona habían salido a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la infanta, el joven se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar.
Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa:
-"¿Qué fue lo te que ocurrió?...Estabas a un paso de lograr la meta... ¿Por qué perdiste esa oportunidad?... ¿Por qué te retiraste?..."
Con profunda consternación y algunas lágrimas mal disimuladas, contestó en voz baja:
-"Mi amada princesa no me ahorró ni un día de sufrimiento...Ni siquiera una hora... No merecía mi amor...". .
(Anónimo)
Cada cual, según sus experiencias, que extraiga su enseñanza…
martes, 24 de febrero de 2009
viernes, 20 de febrero de 2009
Completamente viernes
No puedo disimular mi entera admiración por la poesía de Luis García Montero. Cantor de vivencias diarias, cotidianas, de la calle.Poemas directos que sacuden con fuerza. En este, Completamente viernes, presenta la vida de una pareja que vive separada de lunes a viernes, y lo que siente la voz poética ante la llegada de ese día de la semana. Seguramente que lo comprenderán mejor aquellas personas que viven esta situación y que tienen que esperar la llegada del fin de semana. Para eso están los Jueves telefónicos
Por detergentes y lavavajillas,
por libros ordenados y escobas en el suelo,
por los cristales limpios, por la mesa
sin papeles, libretas ni bolígrafos,
por los sillones sin periódicos,
quien se acerque a mi casa
puede encontrar un día
completamente viernes.
Como yo me lo encuentro
cuando salgo a la calle
y está la catedral
tomada por el mundo de los vivos
y en el supermercado
junio se hace botella de ginebra,
embutidos y postre,
abanico de luz en el quiosco
de la floristería,
ciudad que se desnuda completamente viernes.
Así mi cuerpo
que se hace memoria de tu cuerpo
y te presiente
en la inquietud de todo lo que toca,
en el mando a distancia de la música,
en el papel de la revista,
en el hielo deshecho
igual que se deshace una mañana
completamente viernes.
Cuando se abre la puerta de la calle,
la nevera adivina lo que supo mi cuerpo
y sugiere otros títulos para este poema:
completamente tú,
mañana de regreso, el buen amor,
la buena compañía.
Luis García Montero.
Por detergentes y lavavajillas,
por libros ordenados y escobas en el suelo,
por los cristales limpios, por la mesa
sin papeles, libretas ni bolígrafos,
por los sillones sin periódicos,
quien se acerque a mi casa
puede encontrar un día
completamente viernes.
Como yo me lo encuentro
cuando salgo a la calle
y está la catedral
tomada por el mundo de los vivos
y en el supermercado
junio se hace botella de ginebra,
embutidos y postre,
abanico de luz en el quiosco
de la floristería,
ciudad que se desnuda completamente viernes.
Así mi cuerpo
que se hace memoria de tu cuerpo
y te presiente
en la inquietud de todo lo que toca,
en el mando a distancia de la música,
en el papel de la revista,
en el hielo deshecho
igual que se deshace una mañana
completamente viernes.
Cuando se abre la puerta de la calle,
la nevera adivina lo que supo mi cuerpo
y sugiere otros títulos para este poema:
completamente tú,
mañana de regreso, el buen amor,
la buena compañía.
Luis García Montero.
miércoles, 18 de febrero de 2009
Merece la pena ( jueves telefónico)
Sobre las diez te llamo
para decir que tengo diez llamadas,
otra reunión, seis cartas,
una mañana espesa, varias citas
y nostalgia de ti.
Sobre las doce y media
llamas para contarme tus llamadas,
cómo va tu trabajo,
me explicas por encima los negocios
que llevas en común con tu ex-marido,
debes sin más remedio hacer la compra
y me echas de menos.
El teléfono quiere espuma de cerveza,
aunque no, la mañana no es hermosa ni rubia.
Sobre las cuatro y media
comunica tu siesta. Me llamas a las seis para decirme
que sales disparada,
que se queda tu hija en casa de un amigo,
que te aburre esta vida, pero a las siete debes
estar en no sé dónde,
y a las ocho te esperan
en la presentación de no sé quién
y luego sufres restaurante y copas
con algunos amigos.
Si no se te hace tarde
me llamarás a casa cuando llegues.
Y no se te hace tarde.
Sobre las dos y media te aseguro
que no me has despertado.
El teléfono busca ventanas encendidas
en las calles desiertas
y me alegra escuchar noticias de la noche,
cotilleos del mundo literario,
que se te nota lo feliz que eres,
que no haces otra cosa que hablar mucho de mí
con todos los que hablas.
Nada sabe de amor quien no ha perdido
por amor una casa, una hija tal vez
y más de medio sueldo,
empeñado en el arte de ser feliz y justo,
al otro lado de tu voz,
al sur de las fronteras telefónicas.
Luis García Montero
para decir que tengo diez llamadas,
otra reunión, seis cartas,
una mañana espesa, varias citas
y nostalgia de ti.
Sobre las doce y media
llamas para contarme tus llamadas,
cómo va tu trabajo,
me explicas por encima los negocios
que llevas en común con tu ex-marido,
debes sin más remedio hacer la compra
y me echas de menos.
El teléfono quiere espuma de cerveza,
aunque no, la mañana no es hermosa ni rubia.
Sobre las cuatro y media
comunica tu siesta. Me llamas a las seis para decirme
que sales disparada,
que se queda tu hija en casa de un amigo,
que te aburre esta vida, pero a las siete debes
estar en no sé dónde,
y a las ocho te esperan
en la presentación de no sé quién
y luego sufres restaurante y copas
con algunos amigos.
Si no se te hace tarde
me llamarás a casa cuando llegues.
Y no se te hace tarde.
Sobre las dos y media te aseguro
que no me has despertado.
El teléfono busca ventanas encendidas
en las calles desiertas
y me alegra escuchar noticias de la noche,
cotilleos del mundo literario,
que se te nota lo feliz que eres,
que no haces otra cosa que hablar mucho de mí
con todos los que hablas.
Nada sabe de amor quien no ha perdido
por amor una casa, una hija tal vez
y más de medio sueldo,
empeñado en el arte de ser feliz y justo,
al otro lado de tu voz,
al sur de las fronteras telefónicas.
Luis García Montero
martes, 17 de febrero de 2009
TOC
No entiendo esta obsesión, esta necesidad de escribirte de forma compulsiva y maniática, sin mesura. Soy una persona sosegada, tranquila, respiro diariamente sin prisas, sin tormentos interiores, sin bocados que desgarren el alma.
Cada despertar, me tiro del lecho, lavo mis manos, cepillo mis dientes, lavo mis manos, me aseo, peino mi cabello, lavo mis manos, bajo a desayunar, lavo mis manos, y temprano me acomodo ansioso ante la pantalla del ordenador, no sin antes llevar a cabo el ritual del lavado de manos. Mis sucios dedos se acercan al teclado. Rozo las letras, suavemente, sin prisas. ¡Encierra tanto cada letra! Con seis movimientos de mis falanges escribo tu nombre, con otros tantos ese apelativo cariñoso que me encantaba susurrarte al oído. Una locura febril se apodera de mi ser y tecleo, tecleo, tecleo tu nombre, constante en cada renglón, tu nombre que eres tú. ¿Me he lavado las manos? No lo recuerdo. Me dirijo al baño y lo hago.
Regreso al ordenador y sigo escribiendo. ¿De quién es este nombre? Ah! , sí, ya lo recuerdo, tú eres su dueña. Una sonrisa giocondina cruza mi cara. Me pregunto si los nombres guardan la esencia de sus dueños. Me colma tanto tu nombre, lo huelo, lo saboreo.
Llaman a la puerta, lavo mis manos; era el cartero. Correo certificado urgente. No he pagado el recibo de la luz.¡ Qué despiste! Tengo que ir mañana mismo a cancelar la deuda. No me puedo permitir el lujo de que me corten la luz, no podría escribir tu nombre, como lo hago todos los días. Me lavo las manos.
El timbre del teléfono suena. Es mi madre. La pregunta eterna y la eterna respuesta: “anoche cené bien. Sí, tengo comida para hoy”. ¿De dónde habrá sacado esa manía de preguntarme todos los días por mi alimentación? Al despedirnos me dirijo al baño y me lavo las manos. Hoy casi no he tenido tiempo de lavarlas con ese jabón de lavanda que tanto te gustaba oler.
El momento del día en el que más añoro tu presencia es el de la preparación de la comida. El picar el ajo me trae tu imagen mirándome mientras yo cocinaba esas gambas sabrosísimas con regusto a rojo. Escribo tu nombre en una servilleta de papel manchada de café del desayuno que olvidé en un rincón de la encimera. Me lavo las manos. La cebolla me hace llorar y también el recuerdo de esa tortilla de patatas y cebolla que cociné para la celebración del cumpleaños del tío Armando. Tú te comiste el último trozo aquel día. La troceo y sofrío en el aceite. Lavo mis manos. Sólo necesito cien gramos, así que congelo los otros novecientos que he picado inconscientemente mientras intentaba recordar si me he lavado hoy las manos. No importa. Las lágrimas vertidas tras cortar casi un kilo de cebollas son suficiente líquido entre mis dedos. No, cambio de opinión, necesito ir a lavarme las manos. El olor agridulce no se marcha sólo con las lágrimas. Lo mismo le pasa al dolor, no se va sólo con ellas.
Coloco la carne en la bandeja del horno con el sofrito y el vino, ese vino de fragancia azul cuyas gotas que rebosaban paladeabas al tiempo que mostrabas tu pequeña lengua entre los dientes. Mientras se cocina, tengo tiempo de seguir trabajando ante el ordenador. Con anterioridad, me lavo las manos. ¿Por dónde iba? Ah!, sí, tu nombre. Deseo escribirte unas palabras, sí, un poema que me recuerde a ti. Últimamente me encuentro algo mundano y con pérdida de sensibilidad. Me acerco a la cocina para comprobar que he encendido el horno. Lavo mis manos.
Primer verso, segundo verso, no encuentro una palabra adecuada que rime con cuerpo porque deseo que la rima se distribuya enconsonante,¿tormento?, ¿pensamiento? ¿He llegado a encender el horno? Me levanto y lo compruebo. Lavo mis manos.
No, mejor con rima asonante, es más sencillo. Está quedando bien, me satisface el comienzo. Creo que encendí el horno,¿ verdad? Compruebo, me lavo las manos. Me ha visitado la musa. Noto como la inspiración me envuelve, me aprieta, las palabras crecen espontáneamente en el papel, sin esfuerzo. Necesito buscar un verso en el que encajar tu nombre, lleno de fuerza, de armonía, acompasado.
Me llega el aroma del asado. Tengo hambre. Me acerco a la cocina y sirvo en un plato una ración. Comienzo a saborear la carne. Es una sinfonía amarga de sabores, todos distintos y rancios. Observo ensimismado la salsa en el plato. Sin darme cuenta mi dedo índice comienza a trazar las letras de tu nombre en esta salsa espesa. No he logrado introducirlo en el poema ¿Cerré bien la puerta del congelador cuando guardé la cebolla? Compruebo. Me lavo las manos.
Vuelvo mis ojos hacia el poema. Treinta y nueve palabras. Las cuento desde el comienzo hasta el final, una , dos , tres, cuatro….ahora desde su terminación hasta su principio, quince, catorce, trece, doce… del derecho al revés, de derecha a izquierda, lienzo, blanco, el, sobre…los nervios se tensan bajo mi carne, los siento como agujas clavadas en las venas…sigo contando como en una letanía, cada vez más deprisa, sin desmayo...
Son las ocho de la tarde. No soy consciente de cuánto tiempo he pasado susurrando las palabras de ese dichoso poema que al final no me satisface porque no he podido encajar tu nombre. ¡Cómo te echo de menos! Desde que me abandonaste me siento como un pendiente desparejado que ya no se utiliza porque no tiene razón de ser en solitario. Me levanto y lavo mis manos.
Es de noche. Después de deambular por la casa buscando algún rastro tuyo, necesito descansar. Me acuesto temprano. Antes me lavo las manos, esta vez con el gel de mandarina que odiabas cuando te aseaba cada semana. Al recostar mi cabeza sobre la almohada mi último pensamiento es para ti. Miro tu fotografia, esa en la que luces el último collar que te regalé.¡Deseo tanto tu regreso!
Mañana telefonearé de nuevo a la perrera municipal.
Cada despertar, me tiro del lecho, lavo mis manos, cepillo mis dientes, lavo mis manos, me aseo, peino mi cabello, lavo mis manos, bajo a desayunar, lavo mis manos, y temprano me acomodo ansioso ante la pantalla del ordenador, no sin antes llevar a cabo el ritual del lavado de manos. Mis sucios dedos se acercan al teclado. Rozo las letras, suavemente, sin prisas. ¡Encierra tanto cada letra! Con seis movimientos de mis falanges escribo tu nombre, con otros tantos ese apelativo cariñoso que me encantaba susurrarte al oído. Una locura febril se apodera de mi ser y tecleo, tecleo, tecleo tu nombre, constante en cada renglón, tu nombre que eres tú. ¿Me he lavado las manos? No lo recuerdo. Me dirijo al baño y lo hago.
Regreso al ordenador y sigo escribiendo. ¿De quién es este nombre? Ah! , sí, ya lo recuerdo, tú eres su dueña. Una sonrisa giocondina cruza mi cara. Me pregunto si los nombres guardan la esencia de sus dueños. Me colma tanto tu nombre, lo huelo, lo saboreo.
Llaman a la puerta, lavo mis manos; era el cartero. Correo certificado urgente. No he pagado el recibo de la luz.¡ Qué despiste! Tengo que ir mañana mismo a cancelar la deuda. No me puedo permitir el lujo de que me corten la luz, no podría escribir tu nombre, como lo hago todos los días. Me lavo las manos.
El timbre del teléfono suena. Es mi madre. La pregunta eterna y la eterna respuesta: “anoche cené bien. Sí, tengo comida para hoy”. ¿De dónde habrá sacado esa manía de preguntarme todos los días por mi alimentación? Al despedirnos me dirijo al baño y me lavo las manos. Hoy casi no he tenido tiempo de lavarlas con ese jabón de lavanda que tanto te gustaba oler.
El momento del día en el que más añoro tu presencia es el de la preparación de la comida. El picar el ajo me trae tu imagen mirándome mientras yo cocinaba esas gambas sabrosísimas con regusto a rojo. Escribo tu nombre en una servilleta de papel manchada de café del desayuno que olvidé en un rincón de la encimera. Me lavo las manos. La cebolla me hace llorar y también el recuerdo de esa tortilla de patatas y cebolla que cociné para la celebración del cumpleaños del tío Armando. Tú te comiste el último trozo aquel día. La troceo y sofrío en el aceite. Lavo mis manos. Sólo necesito cien gramos, así que congelo los otros novecientos que he picado inconscientemente mientras intentaba recordar si me he lavado hoy las manos. No importa. Las lágrimas vertidas tras cortar casi un kilo de cebollas son suficiente líquido entre mis dedos. No, cambio de opinión, necesito ir a lavarme las manos. El olor agridulce no se marcha sólo con las lágrimas. Lo mismo le pasa al dolor, no se va sólo con ellas.
Coloco la carne en la bandeja del horno con el sofrito y el vino, ese vino de fragancia azul cuyas gotas que rebosaban paladeabas al tiempo que mostrabas tu pequeña lengua entre los dientes. Mientras se cocina, tengo tiempo de seguir trabajando ante el ordenador. Con anterioridad, me lavo las manos. ¿Por dónde iba? Ah!, sí, tu nombre. Deseo escribirte unas palabras, sí, un poema que me recuerde a ti. Últimamente me encuentro algo mundano y con pérdida de sensibilidad. Me acerco a la cocina para comprobar que he encendido el horno. Lavo mis manos.
Primer verso, segundo verso, no encuentro una palabra adecuada que rime con cuerpo porque deseo que la rima se distribuya enconsonante,¿tormento?, ¿pensamiento? ¿He llegado a encender el horno? Me levanto y lo compruebo. Lavo mis manos.
No, mejor con rima asonante, es más sencillo. Está quedando bien, me satisface el comienzo. Creo que encendí el horno,¿ verdad? Compruebo, me lavo las manos. Me ha visitado la musa. Noto como la inspiración me envuelve, me aprieta, las palabras crecen espontáneamente en el papel, sin esfuerzo. Necesito buscar un verso en el que encajar tu nombre, lleno de fuerza, de armonía, acompasado.
Me llega el aroma del asado. Tengo hambre. Me acerco a la cocina y sirvo en un plato una ración. Comienzo a saborear la carne. Es una sinfonía amarga de sabores, todos distintos y rancios. Observo ensimismado la salsa en el plato. Sin darme cuenta mi dedo índice comienza a trazar las letras de tu nombre en esta salsa espesa. No he logrado introducirlo en el poema ¿Cerré bien la puerta del congelador cuando guardé la cebolla? Compruebo. Me lavo las manos.
Vuelvo mis ojos hacia el poema. Treinta y nueve palabras. Las cuento desde el comienzo hasta el final, una , dos , tres, cuatro….ahora desde su terminación hasta su principio, quince, catorce, trece, doce… del derecho al revés, de derecha a izquierda, lienzo, blanco, el, sobre…los nervios se tensan bajo mi carne, los siento como agujas clavadas en las venas…sigo contando como en una letanía, cada vez más deprisa, sin desmayo...
Son las ocho de la tarde. No soy consciente de cuánto tiempo he pasado susurrando las palabras de ese dichoso poema que al final no me satisface porque no he podido encajar tu nombre. ¡Cómo te echo de menos! Desde que me abandonaste me siento como un pendiente desparejado que ya no se utiliza porque no tiene razón de ser en solitario. Me levanto y lavo mis manos.
Es de noche. Después de deambular por la casa buscando algún rastro tuyo, necesito descansar. Me acuesto temprano. Antes me lavo las manos, esta vez con el gel de mandarina que odiabas cuando te aseaba cada semana. Al recostar mi cabeza sobre la almohada mi último pensamiento es para ti. Miro tu fotografia, esa en la que luces el último collar que te regalé.¡Deseo tanto tu regreso!
Mañana telefonearé de nuevo a la perrera municipal.
viernes, 13 de febrero de 2009
miércoles, 11 de febrero de 2009
Retazos
Si la naturaleza hubiera querido que viviéramos mirando hacia atrás, probablemente nos hubiera puesto ojos en el cogote.
Una curva en la carretera no es el final del camino, a no ser que no hagas el giro.
Yo no me encuentro a mí mismo cuando me busco. Me encuentro por sorpresa cuando menos me lo espero. (Montaigne)
Además de enseñar, enseña a dudar de lo que has enseñado.(Ortega y Gasset)
Aprender es como nadar contracorriente, cuando se deja, se retrocede.
La tontería se coloca siempre en primera fila para ser vista, la inteligencia detrás para ver.
Lo que deba ser, será. (Esquilo)
Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor. (Samuel Beckett)
Una curva en la carretera no es el final del camino, a no ser que no hagas el giro.
Yo no me encuentro a mí mismo cuando me busco. Me encuentro por sorpresa cuando menos me lo espero. (Montaigne)
Además de enseñar, enseña a dudar de lo que has enseñado.(Ortega y Gasset)
Aprender es como nadar contracorriente, cuando se deja, se retrocede.
La tontería se coloca siempre en primera fila para ser vista, la inteligencia detrás para ver.
Lo que deba ser, será. (Esquilo)
Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor. (Samuel Beckett)
martes, 10 de febrero de 2009
Perlas II
Seguimos añadiendo a la lista. Gracias a Coral y a Arbaro que me han enviado algunas a través del apartado de comentarios y a mis alumnos que son un filón enorme!!!
Yo andía, él corraba. (Yo andaba, él corría).
He comido Gachapo. (He comido Gazpacho)
¿Como se llaman los habitantes de Ceuta? Centauros
Afluentes del Ebro por la izquierda. Los mismos que por la derecha.
Largatija ( lagartija).
Tuballa ( toalla)
Me hicieron una redundancia magnética ( resonancia)
Políngano ( polígono)
Manolito de la luz ( monolito)
Vive en un chalet acosado ( adosado)
¡Qué calor, qué soborno! ( bochorno)
¿Quién es el autor de Crimen y Castigo? Dostoievski y Mr. Hyde (?)
Yo andía, él corraba. (Yo andaba, él corría).
He comido Gachapo. (He comido Gazpacho)
¿Como se llaman los habitantes de Ceuta? Centauros
Afluentes del Ebro por la izquierda. Los mismos que por la derecha.
Largatija ( lagartija).
Tuballa ( toalla)
Me hicieron una redundancia magnética ( resonancia)
Políngano ( polígono)
Manolito de la luz ( monolito)
Vive en un chalet acosado ( adosado)
¡Qué calor, qué soborno! ( bochorno)
¿Quién es el autor de Crimen y Castigo? Dostoievski y Mr. Hyde (?)
viernes, 6 de febrero de 2009
El regalo
Ayer una persona diez me entregó un regalo al que dedicó tiempo y gusto, uno de esos regalos que te forman un nudo invisible en la garganta que te cuesta disolver, un regalo inmensamente grande, tanto que lo guardaré en ese baúl pequeñito del alma donde sólo caben presentes así de emotivos.
Más tarde cavilaba sobre la idea del agradecimiento ante los regalos. ¿Somos capaces de hacerle llegar a nuestro donador o donadora la inmensa gratitud que nos invade?, ¿ y el mismo cariño o amor que nos entregan a través de ese presente? Parece que siempre faltan las palabras y se dice mucho más con una sonrisa, un abrazo, una mirada o un poema. Como éste que comparto con todos,... contigo.
Agradecimientos
Por la Gracia impagable que supone estar viva
entre dulces paredes que ojalá no taladre
jamás ácida envidia, porque viví y aún vivo
de su seno, modelo del hogar donde vivo
bendita sea mi madre.
Por todos estos años protegida, al cobijo
de todo hijo de perra que me muerda o me ladre,
porque intentó engordarme, aunque sigo canija,
por esta Gloria en vida cosechada en su hija
Gloria para mi padre.
Por aquel paraíso de cow-boys y casitas
por aquellos castillos de todos los veranos
en la playa, por todos lo gozos y las cuitas
compartidos de siempre, benditos y bendita
mi hermana y hermanos.
Por los tiempos dichosos que, después del espanto
de estar sola, brotaron como brotan los trigos,
por mi risa y mi guasa fomentada hasta el llanto,
por las curdas tan gordas que me aguantaron tanto
benditos mis amigos.
Y porque del abismo de soledad oscura
donde vagué perdida, allá en la noche fija
nació este Sol hermoso, que me elevó a su Altura
por la Gracia impagable de parir la Hermosura
bendita sea mi hija.
Y puesto que no hallé criatura más hermosa
que tú, por los senderos de la vida perdida,
por este místico éxtasis de amor con un dios,
porque hasta ahora has sido lo mejor de mi vida
bendito seas,amor.
Y si algún poetilla de esos que están de moda
no gusta de mis versos por tradicionalismo
de sus temas o formas o algo así, que se joda:
Gloria para mí misma, Gloria para mí misma,
Gloria para mí misma.
Francisco Fortuny, Cielo rasante.( Siguiendo al poeta portuense Luis García-Maíquez, he realizado unos cambios en el poema para hacer estos versos " algo más míos".)
Más tarde cavilaba sobre la idea del agradecimiento ante los regalos. ¿Somos capaces de hacerle llegar a nuestro donador o donadora la inmensa gratitud que nos invade?, ¿ y el mismo cariño o amor que nos entregan a través de ese presente? Parece que siempre faltan las palabras y se dice mucho más con una sonrisa, un abrazo, una mirada o un poema. Como éste que comparto con todos,... contigo.
Agradecimientos
Por la Gracia impagable que supone estar viva
entre dulces paredes que ojalá no taladre
jamás ácida envidia, porque viví y aún vivo
de su seno, modelo del hogar donde vivo
bendita sea mi madre.
Por todos estos años protegida, al cobijo
de todo hijo de perra que me muerda o me ladre,
porque intentó engordarme, aunque sigo canija,
por esta Gloria en vida cosechada en su hija
Gloria para mi padre.
Por aquel paraíso de cow-boys y casitas
por aquellos castillos de todos los veranos
en la playa, por todos lo gozos y las cuitas
compartidos de siempre, benditos y bendita
mi hermana y hermanos.
Por los tiempos dichosos que, después del espanto
de estar sola, brotaron como brotan los trigos,
por mi risa y mi guasa fomentada hasta el llanto,
por las curdas tan gordas que me aguantaron tanto
benditos mis amigos.
Y porque del abismo de soledad oscura
donde vagué perdida, allá en la noche fija
nació este Sol hermoso, que me elevó a su Altura
por la Gracia impagable de parir la Hermosura
bendita sea mi hija.
Y puesto que no hallé criatura más hermosa
que tú, por los senderos de la vida perdida,
por este místico éxtasis de amor con un dios,
porque hasta ahora has sido lo mejor de mi vida
bendito seas,amor.
Y si algún poetilla de esos que están de moda
no gusta de mis versos por tradicionalismo
de sus temas o formas o algo así, que se joda:
Gloria para mí misma, Gloria para mí misma,
Gloria para mí misma.
Francisco Fortuny, Cielo rasante.( Siguiendo al poeta portuense Luis García-Maíquez, he realizado unos cambios en el poema para hacer estos versos " algo más míos".)
lunes, 2 de febrero de 2009
Las huellas en la arena (Anónimo)
Una noche soñé que iba andando por la playa con Dios y que se proyectaban en el cielo muchas escenas de mi vida. En cada cuadro veía huellas de pisadas en la arena. A veces, las de dos personas y otras sólo las de una. Observé que durante los periodos más difíciles de mi existencia se veían las huellas de una sola persona. Y dije:
- "Me prometiste, Señor, que siempre caminarías a mi lado. ¿Por qué cuando más te necesité no estabas conmigo?"
Él respondió: "Cuando viste las huellas de una sola persona, hijo mío, fue cuando tuve que llevarte en brazos".
- "Me prometiste, Señor, que siempre caminarías a mi lado. ¿Por qué cuando más te necesité no estabas conmigo?"
Él respondió: "Cuando viste las huellas de una sola persona, hijo mío, fue cuando tuve que llevarte en brazos".
Suscribirse a:
Entradas (Atom)