sábado, 31 de julio de 2010

Tony Zenet en Santa Catalina

El viernes pasado, de nuevo tuve la oportunidad de asistir a un concierto en el Castillo de Santa Catalina. Es una fortificación cerca de la playa de La Caleta, dando a esa precioso mar de Cádiz. Otro atardecer de caerse la baba y mi admirado Tony Zenet. ¡Qué lujazo!
Zenet actuó con traje de chaqueta, corbata y su sombrero. En la tercera canción era una sopa, el pobre. Tuvo la mala suerte de compartir escenario con un levante en calma. El público estábamos en la gloria, pero él, vestido con dos mangas y con los focos, repetía secándose el sudor con una toalla: “qué suerte he tenido, me ha cogido el cambio de viento”. Sin embargo no se quitó su chaqueta. Estaba actuando y metido en su papel. Es un actor de primera. Con sólo cuatro músicos consiguió embelesarnos en cada canción. La verdad es que con sólo las tres primeras notas de su primera canción ya estábamos todos disfrutando.
Sus letras son sencillas, pero endiabladamente juega con las palabras para hacerte creer que más de una canción se compuso pensando en ti. Os traigo una de las más conocidas, con la que dio comienzo el concierto, consiguiendo que hasta a las murallas del castillo se le erizaran los vellos. Aquí una maravillosa versión junto a Miguel Poveda: ¡tremendos ambos!


lunes, 12 de julio de 2010

Para que no se me olvide

Será que sólo tengo una hija y para mí es lo más importante de este mundo. No descubro nada nuevo a todo el que sea padre o madre. Los hijos son prolongaciones nuestras y sus miedos, sus fracasos y sus dolores los sentimos doblemente, igual que sus éxitos y alegrías nos llenan de orgullo.
Hace unos días tocaba recogida de notas finales de curso. Sus calificaciones han sido muy buenas, buenísimas, y se las merece después de todo un curso de trabajo, con un horario de clases extenso y, a veces, con poco tiempo para llevar todo adelante. Sin embargo no ha sido lo más importante. Ha sido distinguida entre todos los alumnos de su clase y le entregaron una placa por su actitud ejemplar durante este curso: por su compañerismo, por su cariño con profesores y saber estar, por su esfuerzo y sus ganas de trabajar siempre. Como comprenderéis esto es mucho más significativo que sus calificaciones. Ya hablé en una entrada sobre ella (Generosidad, tienes nombre de mujer), pero este premio es la confirmación de que aunque yo, como madre suya, vea sus muchas virtudes, otros también las ven y las reconocen. Y eso me llena de orgullo, nos llena de orgullo a su padre y a mí. No ha tenido la mejor infancia que le hubiéramos podido dar, pero ella ha sido capaz de superar, hasta ahora, lo que parecía insuperable.

Cuando apoyé la cabeza en la almohada por la noche, después de una tarde llena de alegría, pensaba en todo lo bueno que me da. Y llegó este “para que no se me olvide”.
Porque puede que lleguen los tiempos en que discutamos por la ropa, que nuestros gustos no coincidan, quizás riñamos porque sus notas han bajado, porque no le compré la moto que quería, porque sus horarios de salida no me parezcan adecuados y ella luche por quedarse un rato más, porque no me gusten las amistades que la rodean, porque no quiera recoger su habitación o no estemos de acuerdo en ese viaje.

Y llegará, seguro que llegará, y entonces tendré que obligarme a recordar todo lo bueno que me ha dado en estos años, todas sus virtudes, aunque la edad las esconda bajo una lona de indiferencia, sus horas de compañía, aunque la adolescencia la invite a pasar poco tiempo conmigo, sus abrazos y besos, aunque puede que no se acuerde de dar una llamada de teléfono en días, en fin, todo lo que la edad oscura esconderá, me obligaré a recordarlo, minuto tras minuto.

Por eso escribo hoy aquí, para que no se me olvide y pueda compensar esos momentos con todos los buenos y la recuerde siempre como es, aunque la edad adolescente intente presentármela de otra forma, no será ella, ella es la que es: maravillosa.
Así que, para que no se me olvide.